NO SOMOS INOCENTES

 

Así es, querámoslo o no. No somos inocentes de las muertes que día tras día se suceden en el Mediterráneo, ni de las penosas condiciones de vida de los campos de concentración donde se reúnen masivamente y en condiciones inhumanas a los que han salido de sus países huyendo del hambre, de la guerra, de la esclavitud, de la opresión… o de lo que sea. No somos inocentes de los 150 millones de niños forzados a trabajar, ni del expolio de materias primas que sufren regiones indefensas en manos de gobernantes vendidos a las grandes potencias mundiales, económicas o políticas… No somos inocentes del trato que recibieron, antes, los recogidos por el Aquarius o, ahora, por el Open Arms. Son dos ejemplos.

No somos inocentes porque en el democrático y poderoso occidente quienes nos gobiernan lo hacen respaldados por el voto de la mayoría, apoyados por la abstención de quienes no acuden a ejercer el derecho de voto. Los más poderosos gobernantes occidentales, elegidos por quienes acuden a las urnas nacionales y de la UE, están entre las más importantes fuerzas que dominan el engranaje  político-económico mundial.

Además de no ser inocentes, somos beneficiarios del desorden internacional que tiene como última consecuencia la distribución tan asimétrica de la riqueza. Incluso lo son los más pobres que viven en los países occidentales. El nivel de vida de cada grupo social, entre ellos el nuestro al que pertenecemos, es más alto del que nos correspondería si se globalizara la justicia. Hasta los pobres de los países ricos no son igual de pobres que los de los países pobres. Somos beneficiarios porque el precio de muchos de los artículos que consumimos es el que es, debido a que o bien las materias primas o bien el trabajo –u otros factores- están infravalorados; no sería el mismo si la producción se hiciera en un país desarrollado occidental. También somos beneficiarios por la explotación a la que sometemos a los extranjeros que trabajan en muchos de nuestros hogares,  o en empresas que se hacen competitivas, u obtienen mayores beneficios, gracias a bajos sueldos, pésimas condiciones de trabajo, etc. de los “extranjeros” –para mí nadie lo es-.

Creo que se puede deducir la existencia de una cierta inmoralidad estructural global, pues, por una parte, existe sin que la mayoría sea consciente de su situación privilegiada, ni sepa que ello es debido a la pobreza de otros muchos, y, por otra parte, uno individualmente no puede salir de este endiablado mundo de injusticia. Lo que quizás se empieza a intuir es que este modelo social tan injusto está en peligro al ver la avalancha migratoria que llega del Sur al Norte y es la razón de que encuentre eco en mucha gente de toda la escala social el mensaje de rechazo a los de fuera que ponen en peligro, dicen algunos, el bienestar del que disfrutamos aquí. Negamos sin escrúpulos la acogida a los que llegan huyendo de la muerte y negamos el derecho a la vida a los que se mueren en el mar. No queremos ver ni pensar en la miserable vida de tantísima gente, hermanos naturales nuestros, que hay en demasiados lugares del mundo. También el sufrimiento es asimétrico.

Para concluir: siendo como vemos que es la sociedad global, ser antisistema, en mi opinión, es obligatorio. Cómo y en qué medida, es lo que cada uno tiene que ver, pero siempre teniendo en cuenta el bien común, no solo el de los países occidentales sino el global. No hay ninguna razón para el privilegio. Todos, los del Norte y los del Sur, los del Este y los del Oeste, todos tenemos los mismos derechos fundamentales. La hermandad universal no es un concepto moral o teológico, es una realidad natural. Por eso, el comportamiento solidario es una exigencia biológica que está por encima de cualquier ideología. Obliga a todos. A veces puede pedirnos apoyar puntualmente opciones políticas que no concuerdan con nuestros intereses individuales egoístas, de los que algunos políticos de los países occidentales se están aprovechando. Es lo que hacen los llamados “populismos de derechas”, uno de cuyos exponentes es el ministro italiano Salvini. Su descarado comportamiento antihumano hace sonrojarnos. Tenemos que tener una política comunitaria diferente y común a todos los miembros de la UE. Siempre pensé que la política europea descansaría sobre un humanismo donde la dignidad de la persona estaría por encima de cualquier otro valor. Necesitamos otros gobernantes y para ello, previamente, otros votantes con criterios diferentes para elegir a quienes nos gobiernen en los respectivos países y en la UE. Es una responsabilidad influir para que sea así.

José María Álvarez Pipo. 25 de Agosto de 2019.